29 septiembre 2007

Un abrazo amigo

Hay veces que la vida pone en tu camino gente maravillosa. Gente que merece la pena.

Muchas veces, quizá la mayoría, no somos conscientes de ello y cuando nos damos cuenta ya es demasiado tarde... Otras sin embargo, desde el primer momento reconocemos lo que tenemos delante como algo extraordinario y excepcional. Y somos capaces de reaccionar rápido.

Y conseguir establecer unos lazos fuertes, permanentes, afectivos que harán que nuestras vidas esten unidas para siempre.

Hace algunos años (Dios como pasa el tiempo), me encontré una familia de gente así. Y desde el primer momento decidí adoptarlos como parte de la mía. Igual fué porque ellos ya me habían adoptado a mi como parte de la suya. No lo sé. Pero desde aquel día, ambos tenemos una casa, unos amigos, una familia a 800 kilómetros.

Y la familia está para lo bueno y lo malo.

Por eso, hoy nos tocó lo amargo. Lo duro. Lo que todos esperabamos y lo que ninguno querríamos que pasara nunca.

Hoy nos reunimos la familia para despedir a Pol.

Y lo hicimos en su tierra, donde él siempre quiso volver. Donde él siempre quiso regresar al jubilarse. Donde él siempre quiso descansar.

Una tierra que le recibió con lluvia. La lluvia que siempre echaba de menos. Una lluvia que riega campos y montes. Que deja charcos en las calles de piedra y olor a hierba fresca y tierra mojada. "Porque allí si que llueve de verdad" decía siempre.

Una tierra verde, olorosa y exuberante que se vistió de largo para despedirle. Para unirse al cortejo fúnebre que le compañó en su último viaje. Con una tarde soleada. Con un cielo despejado que dejaban ver las montañas, sus montañas... su pueblo.

Y quisimos estar todos. Porque pocas personas hay se lo merecen más que él, su mujer y sus hijas.

Y ninguno ni podíamos ni queríamos dejar de estar a su lado.

Todos necesitamos demostrarles que estamos aquí, que ya lo saben, que estaremos para cuando y para lo que quieran.

Porque son gente maravillosa. Que merecen la pena.



D.E.P



Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas.

Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

(Amado Nervo)

No hay comentarios: